miércoles, 18 de enero de 2012

SOCRATES Y LOS SOFISTAS

 SOCRATES
Nacido en Atenas, hijo de Sofronisco, un escultor, y de Fenareta, una comadrona, recibió una educación tradicional en literatura, música y gimnasia. En cuanto a su apariencia, siempre se describe a Sócrates como un hombre rechoncho, con un vientre prominente, ojos saltones y labios gruesos, del mismo modo que se le atribuye también un aspecto desaliñado. Sócrates se habría dedicado a deambular por las plazas y los mercados de Atenas, donde tomaba a las gentes del común (mercaderes, campesinos o artesanos) como interlocutores para someterlas a largos interrogatorios.
Más tarde se familiarizó con la retórica y la dialéctica de los sofistas, las especulaciones de los filósofos jónicos y la cultura general de la Atenas de Pericles. En un principio continuó el trabajo de su padre, e incluso realizó un conjunto escultórico de las tres Gracias que permaneció en la entrada de la Acrópolis ateniense hasta el siglo II a.C. Durante la guerra del Peloponeso contra Esparta, sirvió como soldado de infantería con gran valor en las batallas de Potidea (432-430 a.C.), Delio (424 a.C.) y Anfípolis (422 a.C.).
Todo lo que se sabe con certeza sobre su personalidad y su forma de pensar se extrae de los trabajos de dos de sus discípulos más notables: Platón, que atribuyó sus propias ideas a su maestro, y el historiador Jenofonte, quien quizá no consiguió comprender muchas de las doctrinas socráticas. Platón describió a Sócrates escondiéndose detrás de una irónica profesión de ignorancia, conocida como ironía socrática, y como poseedor de una agudeza mental y un ingenio que le permitían entrar en las discusiones con gran facilidad.
'Sócrates'
Sócrates creía en la superioridad de la discusión sobre la escritura y por lo tanto pasó la mayor parte de su vida de adulto en los mercados y plazas públicas de Atenas, iniciando diálogos y discusiones con todo aquel que quisiera escucharle, y a quienes solía responder mediante preguntas. Un método denominado mayéutica, o arte de alumbrar los espíritus, es decir, lograr que el interlocutor descubra sus propias verdades. Según los testimonios de su época, Sócrates era poco agraciado y corto de estatura, elementos que no le impedían actuar con gran audacia y gran dominio de sí mismo. Apreciaba mucho la vida y alcanzó popularidad social por su viva inteligencia y un sentido del humor agudo desprovisto de sátira o cinismo.
Aunque fue un patriota y un hombre de profundas convicciones religiosas, Sócrates sufrió sin embargo la desconfianza de muchos de sus contemporáneos, a los que les disgustaba su actitud hacia el Estado ateniense y la religión establecida. Fue acusado de despreciar a los dioses del Estado y de introducir nuevas deidades, una referencia al daemonion, o voz interior mística a la que Sócrates aludía a menudo. También fue acusado de corromper la moral de la juventud, alejándola de los principios de la democracia y se le confundió con los sofista. En su Apología de Sócrates, Platón recoge lo esencial de la defensa que Sócrates hizo de sí mismo en su propio juicio, y que se basó en una valiente reivindicación de toda su vida. Fue condenado a muerte, aunque la sentencia sólo logró una escasa mayoría. Cuando, de acuerdo con la práctica legal de Atenas, Sócrates hizo una réplica irónica a la sentencia de muerte que le había sido impuesta (proponiendo pagar tan sólo una pequeña multa dado el escaso valor que tenía para el Estado un hombre dotado de una misión filosófica), enfadó tanto a los miembros del tribunal que éste decidió repetir la votación, en la que la pena de muerte obtuvo esa vez una abultada mayoría.
Sus amigos planearon un plan de fuga, pero Sócrates prefirió acatar la ley y murió por ello. Pasó sus últimos días de vida con sus amigos y seguidores, y durante la noche cumplió su sentencia, bebiendo una copa de cicuta según el procedimiento habitual de ejecución. Sócrates fue obediente con respecto a las leyes de Atenas, pero en general evitaba la política, refrenado por lo que él llamaba una advertencia divina. Creía que había recibido una llamada para ejercer la filosofía y que podría servir mejor a su país dedicándose a la enseñanza y persuadiendo a los atenienses para que hicieran examen de conciencia y se ocuparan de su alma. Sócrates aparece como el más sabio de los dos personajes porque, por lo menos, él sabe que no sabe nada. Ese conocimiento, por supuesto, es el principio de la sabiduría.

PENSAMIENTO SOCRÁSTICO
Actitud hacia la política
Sócrates fue obediente con respecto a las leyes de Atenas, pero en general evitaba la política, refrenado por lo que él llamaba una advertencia divina. Creía que había recibido una llamada para ejercer la filosofía y que podría servir mejor a su país dedicándose a la enseñanza y persuadiendo a los atenienses para que hicieran examen de conciencia y se ocuparan de su alma. No escribió ningún libro ni tampoco fundó una escuela regular de filosofía.
Enseñanzas de Sócrates
La contribución de Sócrates a la filosofía ha sido de un marcado tono ético. La base de sus enseñanzas y lo que inculcó, fue la creencia en una comprensión objetiva de los conceptos de justicia, amor y virtud y el conocimiento de uno mismo. Creía que todo vicio es el resultado de la ignorancia y que ninguna persona desea el mal; a su vez, la virtud es conocimiento y aquellos que conocen el bien, actuarán de manera justa. Su lógica hizo hincapié en la discusión racional y la búsqueda de definiciones generales, como queda claro en los escritos de su joven discípulo, Platón, y del alumno de éste, Aristóteles. A través de los escritos de estos filósofos Sócrates incidió mucho en el curso posterior del pensamiento especulativo occidental.
El método filosófico socrático: ironía y mayéutica.
El método de Sócrates, según se pone de manifiesto en los primeros diálogos platónicos, se basaba en el diálogo. El diálogo se opone a la elocuencia y a la retórica de los sofistas, que se encerraban en sus discursos, y sitúa a los interlocutores en un mismo plano, lo cual puede interpretarse en el sentido de que la filosofía (la búsqueda de la verdad) no es un producto del pensador solitario, sino el resultado de una tarea colectiva.
El método de la conversación de Sócrates tenía dos momentos: la ironía y la mayéutica (mayéutica significa el arte de la comadrona, de ayudar a dar a luz). Con la ironía se opone a la opinión infundada y a la arrogancia de la conciencia dogmática que cree poseer la verdad. Consistía en hacer preguntas que, bajo la apariencia de tener en alta estima el saber exhibido por el interlocutor, mostraban, en realidad, la inconsistencia del mismo y ponían al interlocutor en la tesitura de tener que reconocer su ignorancia. Con la ironía, Sócrates intentaba minar el obstáculo para la verdad que representa la seguridad con que el hombre común se apoya en las ideas triviales.
El segundo momento del método es la mayéutica, es decir, el arte de ayudar a dar a luz la verdad. Consiste en conducir la conversación de modo que pueda aflorar la verdad del interior de cada uno, donde estaba latente. El hecho de que la verdad procede de nuestro interior significa que no llegamos a poseer de verdad sino aquellas verdades que producimos en nosotros mismos. Esta verdad que se encuentra en el interior de cada hombre no es relativa a cada uno (Sócrates se opone al relativismo sofístico), sino que es común, es verdad en sí. En la mayéutica se trata precisamente de pasar del para mí inicial al en sí. Se trata de buscar la definición (la esencia) de lo que se está considerando. Sócrates preguntaba incansablemente ¿qué es?...la justicia, la felicidad, el bien, etc., para alcanzar, por encima de la pluralidad de casos en que se predica el concepto, con sus interminables diferencias, a la unidad de la definición. (Este procedimiento del diálogo socrático consiste en buscar la definición por medio del razonamiento inductivo. El razonamiento inductivo y la definición son, según Aristóteles, las aportaciones de Sócrates a la filosofía).
El intelectualismo moral socrático

El propósito central de la actividad de Sócrates es moral (sus preguntas se referían siempre a los valores morales): la perfección del individuo. Esta perfección consiste para Sócrates en la autarquía o autodominio. Aquí se constituye el ideal clásico del sabio moral: el héroe no es aquel que vence sobre los demás, sino el que vence sobre uno mismo. El sabio es el que -ordenándose conforme a su inteligencia- se domina a sí mismo; lo cual significa que hay algo en uno mismo -las pasiones- que debe ser dominado o sometido, y cuyo desgobierno acarrea la infelicidad, la imperfección o el mal moral. Para este propósito moral se precisa de un conocimiento distinto de las especulaciones sobre el origen de la realidad natural (fracasadas, por otra parte en los físicos). La mirada no ha de dirigirse hacia fuera y a los comienzos, sino hacia dentro (hacia sí mismo) y hacia los fines (de las acciones, de la vida humana). La filosofía tiene que ser autognosis (conocimiento de sí mismo). Sin el conocimiento moral no hay autodominio. La virtud no se basa en las costumbres, en las convenciones o en los hábitos aprobados por la sociedad, y tampoco en lo que podríamos llamar la buena disposición natural, el buen corazón. Se basa en el conocimiento, en la aprehensión intelectual de los valores. Sócrates trata de someter la vida humana y sus valores a la razón, al igual que los filósofos del período cosmológico habían intentado someter al dominio de la razón el cosmos. Se trata de racionalizar la conducta humana ajustándola a normas 


LOS SOFISTAS
Los presocráticos, de los que hemos visto algunas de sus ideas y teorías en anteriores notas, representan uno de los primeros intentos del pensamiento por entender y dar luz al mundo y a la situación del hombre en él. Platón y Aristóteles (de los que, por el contrario, apenas hemos visto nada aún...) simbolizan, a su vez, la evolución y el desarrollo más perfeccionado de dichos intentos; entre ambos grupos aparecen los sofistas y Sócrates (de éste último, inevitablemente, también deberemos comentar algo). Los sofistas, arraigados a Atenas (si bien son, o extranjeros afincados allí, o residentes temporales), florecieron en las décadas finales del siglo V antes de Cristo. Su principal característica es, además de las que veremos a continuación, el trascendental tránsito que supuso desplazar el interés filosófico, centrado en el caso de los presocráticos en la naturaleza y el origen del Cosmos, hasta los problemas más humanos: la religión, la educación, la ética, la política, el arte, el conocimiento, etc.

Este cambio se debió a que, pese a las variadas y originales propuestas de los presocráticos para llegar a conclusiones sobre el mundo o el ser humano, en realidad no fueron capaces de hacerlo, y sus planteamientos proporcionaron quizá aún más preguntas que respuestas. Los sofistas, desencantados ante esta aparente imposibilidad de un conocimiento objetivo y seguro sobre el universo, dieron un giro a la dirección reflexiva dominante e intentaron, centrándose en aspectos más directos y menos abstractos, más humanísticos, por así decir, conseguir algún tipo de resultado específico.

Se suelen presentar a los sofistas como equivocados y desatinados en sus juicios, porque Sócrates y Platón los rebatieron con contundencia; sin embargo, éstos no podrían comprenderse sin la aportación de aquéllos, y si nos centramos en el hecho de que fueron los sofistas quienes permitieron la evolución hacia una filosofía amplia y heterogénea en intereses, entenderemos que, para el concepto de humanismo y cultura, quizá hicieron más los sofistas que los grandes, como Platón o Aristóteles. Así, el término sofista, pese al sentido peyorativo que hoy en día posee, designa un conjunto de filósofos y pensadores revolucionarios, vanguardistas, un movimiento intelectual clave para entender Occidente.

Hay, fundamentalmente, dos generaciones distintas de sofistas: en primer lugar, los sofistas mayores, contemporáneos de Sócrates, que florecieron con anterioridad a la guerra del Peloponeso (431-404 antes de Cristo, la cual cristalizó con la rendición de Atenas ante Esparta): Protágoras, Gorgias, Hipias, Pródico. Los sofistas menores son discípulos de los anteriores, y destacan por la radicalidad de sus concepciones y sus enseñanzas, en armonía quizá con el ambiente de decandencia impuesto tras la caída de Atenas.

Una forma de entender la sofística es echar un vistazo a las modificaciones sociales, económicas y políticas que sufrió Grecia en tiempos de los sofistas (nos guiamos, en lo sucesivo, por la obra monumental de W.C. Guthrie Historia de la Filosofía Griega).

Tengamos en cuenta que en esta época el comercio experimenta un auge importante, y los griegos empiezan a tener relaciones con otros pueblos, cuyas costumbres y leyes difieren de las suyas. Además, las creencias, la religión, y los valores que hasta entonces se consideraban universales e irrefutables empiezan a ser discutibles; el intercambio cultural conlleva, por lo tanto, la crítica a los preceptos tradicionales, a las instituciones y las formas de gobierno dominantes. Nace entonces el relativismo, la percepción de que lo nuestro, lo que nos identifica como pueblo no es necesariamente lo mejor, sino que se integra como parte del entramado cultural humano, en el que pueden haber otras formas de vivir y entender el mundo completamente diferentes (y, quizá, más provechosas y útiles para nosotros mismos). Ligado al relativismo toma cuerpo también la idea del cosmopolitismo, forjado por el aprecio de los sofistas y los intelectuales a otras formas de vida y el desapego a sus propias raíces. El cosmopolitismo es la certeza de pertenecer a un orden más amplio y trascendente, no cercado por los chovinismos provinciales, sintiéndonos ciudadanos del kosmos y percibiéndonos como seres sin patria más que la cósmica.

Una característica curiosa de los sofistas era la de exigir una retribución por sus enseñanzas. Hasta entonces, los filósofos eran aristócratas con un alto nivel de vida, cuyas libertades profesionales les dejaban tiempo más que suficiente para dedicarse a la reflexión; la plebe, por el contrario, tenía que trabajar duro para su subsistencia, y no se dedicaba a tales menesteres intelectuales. Así, la filosofía estaba ligada al poder aristócrata, pero gracias a la irrupción de la democracia se inició una etapa nueva, en la que las gentes menos instruidas podían, a cambio de una compensación económica, ser instruidas y formadas por los educadores. Éstos fueron los sofistas, por supuesto, quienes, al carecer de las ventajas de la vida aristócrata, necesitaban ver retribuidas sus enseñanzas. De este modo, el papel del sofista es doblemente importante: por un lado, transforma el ideal de filósofo y, por otro, permite que las clases menos pudientes puedan tener acceso a la sabiduría y lograr así una cualificación intelectual que, hasta su época, estaba sido reservada a las famílias griegas ilustres. Para Platón los sofistas no eran más que "cazadores de jóvenes ricos", pero Platón era un aristócrata, y poseía de todos los recursos posibles para su formación. Parece como si Platón no fuera capaz de ver que quienes no poseían su fortuna podían, sin embargo, tener sus mismas ansias de conocimiento y sabiduría.

Otras importantes cualidades de los sofistas eran el empleo de la retórica y su ateísmo. Los sofistas eran maestros en retórica porque se juzgaba (tanto entonces como ahora) que, en política, era absolutamente fundamental saber hablar con elocuencia y persuadir a las gentes. Quienes dominaran la palabra dominarían al pueblo. El ateísmo sofista, por su parte, ejemplificado en figuras como Protágoras, Critias o Diágoras de Melos, fue peligroso porque relativizaba creencias tradicionales muy arraigadas, lo que implicaba poder ser acusado, con bastante facilidad, de impiedad, con el consiguiente destierro o, incluso, una condena a muerte. Diágoras resumía sucintamente el punto de vista sofista sobre la divinidad de la forma siguiente: "si la inmoralidad puede permanecer impune, ¿para qué creer en dioses que velan la virtud humana?".
Los sofistas, al estrenar de manera racional el análisis de asuntos políticos y éticos, creyeron necesario establecer una neta separación entre las normas que son producto de la naturaleza, de las leyes naturales -la physis, en definitiva- y las establecidas por el ser humano, convencionales y arbitrarias -nomos-. Aquéllas eran, digámoslo así, absolutas; éstas, relativas. ¿De qué sirven los pactos éticos, las leyes políticas, si no están orientadas hacia la justicia y el respeto por los seres humanos? Por muy provechosa que pueda ser la convención de la esclavitud para algunos, es una convención contraria a la naturaleza (como sostenía Hipias, otro importante sofista), no sólo por su carácter inhumano, sino también porque establece diferencias inaceptables entre los propios hombres.

Cabe mencionar también el hecho de que la guerra del Peloponeso supuso una confrontación tan terrible que esquilmó el antiguo carácter abierto de la cultura griega, cercenando todo principio ético en el que basar las acciones humanas. La moral ya no servía ni era útil en un mundo que carecía de toda moral. Prevalecía, en cambio, la ley del más fuerte; quienes poseyeran la fuerza para actuar no necesitaban ninguna justificación, puesto que si no había justificación alguna que orientase éticamente nuestras vidas, al ser las leyes éticas puras convenciones, ¿con qué objeto justificar entonces nuestro comportamiento? Pese a que los sofistas pensaban que los seres humanos eran iguales por naturaleza, algunos de ellos, como Gorgias, encontraron en la ley del más fuerte una justificación por la cual el más fuerte podía someter al más débil. El fin, para ellos, justificaba los medios.

Los sofistas sufrieron fuertes críticas por sus posturas intelectuales. Algunas de ellas resultaron bastante pertinentes (por ejemplo, las de Platón ante sus concepciones éticas y políticas y el relativismo epistemológico). Pero pese a estas coherentes objecciones ante las escépticas y no siempre convincentes asunciones de los sofistas (aunque podemos comprenderlas mejor si las asociamos al ambiente político-social de la época), cabe defenderlos por muchos motivos: porque fueron los primeros profesores de Occidente, abriendo así el saber a otras clases sociales, porque tuvieron la osadía y el valor de criticar la esclavitud y apoyar la libertad de expresión y porque expandieron enormemente el horizonte de la filosofía. El término sofista, denigrado hasta equivaler a "embaucador" ya en tiempos de Sócrates, esconde el verdadero significado original de la palabra: un sofista es todo aquél capaz de hacer profesión de la enseñanza de la sabiduría.

lunes, 16 de enero de 2012

PINTURA MEXICANA. GALERÍA 1, SIGLO XIX PRINCIPIOS DEL XX

LA PINTURA MEXICANA DEL SIGLO XIX SUELE DIVIDIRSE EN TRES ETAPAS, AQUELLA DONDE LOS EXPEDICIONARIOS EUROPEOS SE INTERNABAN EN LAS AÚN EDENICAS TIERRAS AMERICANAS PARA REALIZAR RETRATOS DE COSTUMBRES, BESTIARIOS Y RECOPILACIONES GRÁFICAS DE FLORA Y FAUNA, LA DE LA RESTAURACIÓN DE LA ACADEMIA DE SAN CARLOS POR EL PINTOR ESPAÑOL PELEGRÍN CLAVE Y LA ÚLTIMA ETAPA YA EN LOS AÑOS FINALES DEL SIGLO, CARACTERIZADA POR LA APARICIÓN DE ARTISTAS AUTODIDACTAS O DE BAJOS RECURSOS QUE BUSCABAN UNA EXPRESIÓN ORIGINAL, QUE POSEÍAN ADEMÁS UNA POSTURA POLÍTICA CON LA QUE PARTICIPARON EN LAS VERTIENTES SOCIALES DE SU TIEMPO. LA SIGUIENTE ES UNA MUESTRA MÁS BIEN ESCASA DE LA PINTURA DE AQUELLOS AÑOS. 


CARMEN MONDRAGÓN (NAHUI OLLIN)
 FOTOGRAFÍA DE CARMEN MONDRAGÓN
GERARDO  MURILLO (DR. ATL)




SATURNINO HERRÁN





ALEXANDER HUMBOLT


HERMENEGILDO BUSTOS


 JOSÉ MARÍA VELASCO




PELEGRÍN CLAVE

JULIO RUELAS




SANTIAGO REBULL








jueves, 12 de enero de 2012

PLATÓN- MITO DE LA CAVERNA


EN EL LIRRO VII DE LA REPUÚBLICA, PLATÓN HACE UNA ALEGORÍA DE LA FILOSOFÍA. EL HOMBRE QUE EMERGE DE LA CAVERNA ES UN FILOSOFO QUE SE ATREVE A INDAGAR EN LO APARENTE. LEE Y REFLEXIONA, MAÑANA LO COMENTARÉMOS.
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Imagina una especie de cavernosa vivienda subterránea provista de una larga entrada, abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños, atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante, pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, la luz de un fuego que arde algo lejos y en plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha sido construido un tabiquillo parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de las cuales exhiben aquellos sus maravillas.
- Ya lo veo-dijo.
- Pues bien, ve ahora, a lo largo de esa paredilla, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
- ¡Qué extraña escena describes -dijo- y qué extraños prisioneros!
- Iguales que nosotros-dije-, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?
- ¿Cómo--dijo-, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?
- ¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?
- ¿Qué otra cosa van a ver?
- Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que veían pasar ante ellos?
- Forzosamente.
- ¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?
- No, ¡por Zeus!- dijo.
- Entonces no hay duda-dije yo-de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados.
- Es enteramente forzoso-dijo.
- Examina, pues -dije-, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme a naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por causa de las chiribitas, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le dijera d alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le mostraba?
- Mucho más-dijo.
II. -Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría qué éstos, son realmente más claros que los que le muestra .?
- Así es -dijo.
- Y si se lo llevaran de allí a la fuerza--dije-, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?
- No, no sería capaz -dijo-, al menos por el momento.
- Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. Lo que vería más fácilmente serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.
- ¿Cómo no?
- Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que. él estaría en condiciones de mirar y contemplar.
- Necesariamente -dijo.
- Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.
- Es evidente -dijo- que después de aquello vendría a pensar en eso otro.
- ¿Y qué? Cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
- Efectivamente.
- Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar, basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquellos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente "trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
- Eso es lo que creo yo -dijo -: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.
- Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
- Ciertamente -dijo.
- Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y no matarían; si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?.
- Claro que sí -dijo.
III. -Pues bien -dije-, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella, con el poder del. sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las comparas con la ascensión del alma hasta la. región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo que tú deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez percibida, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que, mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su vida privada o pública.
- También yo estoy de acuerdo -dijo-, en el grado en que puedo estarlo

martes, 10 de enero de 2012

AUGUSTO COMTE Y EL POSITIVISMO


Auguste Comte (1798-1857):
De Comte suele hablarse popularmente como el inventor del término sociología -sería comprometedor, aunque quizá parcialmente verdadero, decir que también de la disciplina- y creador del positivismo, en un sentido tan ambiguo que no aceptarían los actuales positivistas lógicos. También vagamente se recuerda que llegó a convertir el positivismo en una religión de la humanidad, con su música y su Iglesia -aún viva, hasta hoy, en algunos países suramericanos-. (J.M.Valverde). Nacido en Montpellier. Secretario de Saint-Simon y colaborador en el órgano del saint-simonismo, Le Producteur, rompió con él para dictar libremente su primer curso de filosofía positiva. Repetidor de matemáticas en la Escuela Politécnica, no pudo conseguir un nombramiento oficial y vivió desde 1823 hasta su muerte de la protección de sus adeptos.

Es importante conocer la serie de circunstancias que rodean al pensador para comprender mejor su obra: En el orden político Comte fue testigo de la Revolución francesa y de todas sus consecuencias, y no se debe olvidar lo que pudo condicionar la obra de este reformador social aquel caos cuyas consecuencias positivas no fueron pocas, pero a largo plazo En el orden social, y en íntima colaboración con Saint-Simon, es igualmente testigo de unos proyectos que llevan sin duda a un socialismo utópico, pero que empieza a interesar vivamente a todas las capas de la sociedad; los problemas de organización social, las expectativas de sectores cada vez más numerosos y los avances científicos tienen que traumatizar la mente de este visionario. En el orden intelectual asiste a la bancarrota de cierta especulación y de ciertas metafísicas. Bien es verdad que en Comte, como en sus antecesores, perdura el impacto de ese algo más allá de lo subjetivo, y Comte intentará verlo cristalizado en leyes o realizaciones sociales fuera también de toda contingencia
LA LEY UNIVERSAL DE LA EVOLUCIÓN INTELECTUAL DE LA HUMANIDAD Y SUS TRES ESTADOS:
TEOLÓGICO, METAFÍSICO Y POSITIVO.
La filosofía de Comte pretende desarrollar una reforma intelectual basada en el positivismo. Por positivismo hay que entender aquella interpretación de la realidad (el hombre, la historia, la sociedad) basada en la ciencia; el saber científico el que configura el espíritu humano y el que impulsa el progreso histórico y social. Por Estado entiende Comte la situación en la que en una determinada época histórica se halla el espíritu humano. Cada estado se caracteriza por una manera de entender e interpretar la naturaleza y por una idea distinta de lo que es el saber. El espíritu humano recorre, en orden progresivo, varios estados a lo largo de la historia con el fin de alcanzar el fin propuesto por su naturaleza: el estado científico. La historia se convierte así en la historia del progreso del espíritu científico. Según esta doctrina todas nuestras especulaciones están sujetas a pasar sucesivamente por tres estados teóricos diferentes (Ley de los tres estados):
  1. Teológico o Ficticio: Debe considerarse un estado provisional y preparatorio
  2. Metafísico o Abstracto: Es transitorio, constituye una modificación del primero.
  3. Positivo o Científico: Es el régimen definitivo de la razón humana. El orden por el que se suceden los estados, viene dado por la propia naturaleza del espíritu humano
Fases de estos estados:
Estado Teológico o Ficticio Es el primer estado que constituye el punto de partida del espíritu humano. La explicación de la naturaleza consiste en causas últimas, ocultas y sobrenaturales, que se levantan sobre el poder de la imaginación. El conocimiento así obtenido es absoluto (una única explicación válida). Fetichismo, politeísmo y monoteísmo son los tres momentos dentro del estado teológico que representan el progreso del saber. Estando representado por tres momentos:
  1. Fetichismo Consiste en atribuir a todos los cuerpos exteriores una vida esencialmente análoga a la nuestra, pero más poderosa. La adoración de los astros es el grado más alto de esta primera fase teológica.
  2. Politeísmo Es la libre preponderancia especulativa de la imaginación. Aquí la vida es retirada de los objetos materiales, para ser misteriosamente transportada a diversos seres ficticios habitualmente invisibles, cuya continua intervención se convierte en la fuente directa de todos los fenómenos exteriores y humanos. En esta fase se estudia principalmente el espíritu teológico.
  3. Monoteísmo Comienzo de la decadencia de la filosofía inicial, que sufre un rápido decrecimiento intelectual como consecuencia espontánea de esta simplificación en que la razón viene a restringir cada vez más el dominio exterior de la imaginación.
Hay una tendencia involuntaria en los hombres a las explicaciones esencialmente teológicas, sobre todo en aquéllos fenómenos cuyas leyes aún ignoramos. Todas las explicaciones teológicas han caído en desuso entre los occidentales, porque los misterios inaccesibles a nuestra inteligencia, han sido cada vez más apartados y se ha acostumbrado a sustituirlos con estudios más eficaces y más en armonía con nuestras necesidades verdaderas. Estado Metafísico o Abstracto "Especulación" Es el paso intermedio del teologismo al positivismo, aunque se aproxima más al primero que al segundo. Las especulaciones dominantes han conservado la tendencia a los acontecimientos absolutos, sólo la solución ha sufrido una transformación notable. Al igual que la Teología, la Metafísica intenta explicar la íntima naturaleza de los seres, el origen y destino de las cosas, el modo de producirse, los fenómenos; pero en lugar de emplear para ellos los agentes sobrenaturales los reemplaza por abstracciones personificadas. No es la pura imaginación la que domina ni la pura observación, aquí el razonamiento se prepara confusamente al ejercicio verdaderamente científico. La parte especulativa está muy exagerada, por la tendencia a argumentar en vez de observar que caracteriza a este espíritu metafísico. El espíritu metafísico en los últimos cinco siglos, ha secundado negativamente el despliegue fundamental de nuestra civilización moderna. De modo que el obstáculo más peligroso para el establecimiento final de una verdadera filosofía es este mismo espíritu que a menudo se atribuyó el privilegio casi exclusivo de las meditaciones filosóficas. Estado Positivo o Real "Observación" Esta serie de preámbulos conduce al fin a nuestra inteligencia a un estado definitivo de positividad racional. Una vez expuesto lo vacío de las filosofías teológicas o metafísicas, renuncia a las investigaciones absolutas y circunscribe sus esfuerzos al dominio de la observación, única base de los conocimientos adaptados a nuestras necesidades reales. La revolución fundamental consiste esencialmente en sustituir en todo, la inaccesible determinación de las causas propiamente dichas por la investigación de las leyes. El poder de la imaginación es sustituido por el saber de la razón. Se trata de una razón encaminada a la acción operativo - instrumental. La técnica, entendida como aplicación de la ciencia, es la base de la nueva sociedad industrial. En el estado positivo no se busca tanto una explicación como una mera descripción de los fenómenos y sus regularidades mediante la observación y el razonamiento sobre lo observado. La ley de los tres estados pretende demostrar cómo el estado positivo es el estado más adecuado a la naturaleza humana. El único saber válido es el saber positivo o científico, y este modo de saber ha de generalizarse y aplicarse a todos los ámbitos de la vida y de la sociedad como la religión, la política... La reforma comtiana del saber conlleva así una reforma social.
Naturaleza del espíritu positivo:
Nuestras investigaciones positivas deben reducirse a la apreciación sistemática de lo que es y renunciar a descubrir su primer origen y destino final. El estudio de los fenómenos en lugar de ser absoluto, debe permanecer relativo a nuestra organización y situación, reconociendo la necesaria imperfección de nuestros métodos especulativos. Esta naturaleza relativa de los fenómenos humanos no es individual, sino social. Desde que la subordinación constante de la imaginación a la observación, ha sido reconocida como primera condición fundamental de toda sana especulación científica, una viciosa interpretación ha conducido con frecuencia a abusar mucho de este gran principio lógico, para hacer degenerar la ciencia real en una especie de estéril acumulación de hechos incoherentes. El verdadero espíritu positivo está tan lejos del empirismo como del misticismo. El verdadero espíritu positivo consiste ante todo en ver para prever, en estudiar lo que espera concluir de ello, lo que será según el dogma general de la invariabilidad de las leyes naturales. El principio de la invariabilidad de las leyes naturales, no empieza realmente a adquirir alguna consistencia filosófica sino cuando los trabajos verdaderamente científicos han podido manifestar su genial exactitud, frente a un orden entero de grandes fenómenos.
Destino del espíritu positivo:
El progreso hacia la armonía individual y colectiva de la humanidad Las necesidades mentales son el primer estímulo indispensable para nuestros distintos esfuerzos filosóficos. Estas exigencias intelectuales, reclaman siempre una feliz combinación de estabilidad y actividad de donde resultan las necesidades simultáneas de orden y progreso. En la larga infancia de la humanidad, sólo las concepciones teológico-metafísicas podían satisfacer esta doble concepción fundamental de modo imperfecto. Pero cuando la razón humana está por fin lo bastante madura para renunciar a buscar lo inaccesible y circunscribir con prudencia su actividad al dominio que pueden apreciar nuestras facultades, la filosofía positiva le da una satisfacción mucho más completa y más real, gracias al destino directo de las leyes que descubre y de la previsión racional que es inseparable de ellas. Estas leyes son de dos clases según vinculen su semejanza o filiación. La filosofía positiva procura en los espíritus bien preparados una aptitud muy superior a la que nunca pudo ofrecer la teológico-metafísica. Para ello sólo es obligado limitar todas nuestras especulaciones a las investigaciones verdaderamente accesibles.
Incompatibilidad entre ciencia positiva y teología:
Las concepciones positivas son incompatibles con todas las opiniones teológicas, cualesquiera que sean: monoteístas, politeístas o fetichistas. Es imposible la conciliación duradera entre las dos filosofías, sea en cuanto al método o a la doctrina. Sin duda, la ciencia y la teología no están en abierta oposición, puesto que no se proponen los mismos problemas. La ciencia renuncia radicalmente a los misterios, de los que se ocupa la teología. Además la prudente reserva con que el espíritu positivo procede gradualmente, nos hace ver la loca temeridad del espíritu teológico. A medida que las leyes físicas han sido conocidas, el imperio de las voluntades sobrenaturales ha tenido que restringir su campo de acción. Aunque el politeísmo y hasta el fetichismo hayan secundado realmente el espíritu de la observación, se debe reconocer que no podían ser verdaderamente compatibles con el espíritu científico. En el estado actual de la razón humana, se puede afirmar que el régimen monoteísta, favorable durante mucho tiempo al primitivo despliegue de los conocimientos reales, estorba profundamente la marca sistemática que deben tomar en adelante. Varios siglos antes de que el desarrollo científico permitiera apreciar directamente esta oposición radical, la transición metafísica había intentado, bajo un secreto impulso, restringir el ascendiente de la teología, haciendo prevalecer abstractamente la doctrina escolástica (no cambiar las leyes). El imperio positivo estaba limitado a los espíritus cultivados, pues mientras la fe subsistió realmente, el instinto popular hubo de rechazar tal concepción. Un primer análisis de la naturaleza, debió inspirar una ingenua admiración por el modo de realizarse los principales fenómenos que constituyen el orden efectivo. Luego, a medida que el espíritu positivo tomando un carácter cada vez más sistemático, sustituye al dogma, hace que esta disposición inicial desaparezca.
Atributos del espíritu positivo:
Correlación entre Espíritu Positivo y Sentido Común:
La palabra positivo ofrece varias acepciones distintas:
  1. Consideradas en la acepción más antigua y común, la palabra positivo designa lo real, por oposición a lo quimérico.
  2. Un segundo sentido, indica el contraste de lo útil y lo inútil
  3. Una tercera aceptación, se emplea para calificar la oposición entre la certeza y la indecisión.
  4. Una cuarta, consiste en oponer lo preciso a lo vago
  5. Una quinta y última, menos usada, es la que se emplea en oposición a negativo. En este aspecto indica una propiedad de la filosofía moderna.
El único carácter esencial del nuevo espíritu filosófico que no haya sido aún indicado directamente por la palabra positivo, consiste en su tendencia a sustituir todo lo relativo por lo absoluto. Este carácter es propio de la quinta acepción. Cuando se busca el origen fundamental del positivismo, se encuentra que coincide con los primeros ejercicios prácticos de la razón humana. Todos sus atributos son en el fondo los mismos que los del buen sentido universal. La positividad fue durante mucho tiempo empírica antes de llegar a ser racional. En todos los aspectos esenciales, el verdadero espíritu filosófico consiste sobre todo, en la extensión sistemática del simple buen sentido a todas las especulaciones verdaderamente accesibles. Esta conexión fundamental, representa la ciencia propiamente y estériles las investigaciones especulativas dirigidas a los primeros principios que, debiendo emanar siempre de la sabiduría vulgar, no pertenecen nunca al verdadero dominio de la ciencia. Los únicos principios generales que se pueden establecer a este respecto se reducen por necesidad a algunas máximas indiscutibles, pero evidentes, tomadas de la razón común y que no añaden en verdad nada esencial a las indicaciones que resultan en todas las buenas inteligencias, de un mero ejercicio espontáneo. Considerada ahora en el aspecto histórico, esta última solidaridad natural entre el genio propio de la verdadera filosofía y el simple buen sentido universal, muestra el origen espontáneo del espíritu positivo que resulta de una reacción especial de la razón práctica sobre la razón teórica, cuyo carácter inicial ha sido modificado cada vez más.
Declaración de derechos Comentario de texto:
Esta larga sucesión de preámbulos necesarios conduce al fin nuestra inteligencia, gradualmente emancipada, a su estado definitivo de positividad racional, que debe quedar aquí caracterizada de una manera más especial que los dos estados preliminares. Una vez que tales ejercicios preparatorios han comprobado la inanidad radical de las explicaciones vagas y arbitrarias propias de la filosofía inicial, sea teológica, sea metafísica, el espíritu humano renuncia en lo sucesivo a las indagaciones absolutas que no convenían más que a su infancia y circunscribe sus esfuerzos al dominio, a partir de entonces rápidamente progresivo, de verdadera observación, única base posible de los conocimientos verdaderamente accesibles, razonablemente adaptados a nuestras necesidades reales. (Comte. Discurso sobre el espíritu positivo)
En este texto, Comte viene a demostrarnos el paso del pensamiento humano a lo largo de la historia, paso que se produce a través de " los tres estados ", y que los dos primeros vienen a desembocar en el último y definitivo estado de espíritu humano, es decir, en el " estado positivo ", en el que se rechazan los planteamientos teológicos y metafísicos de los dos estados anteriores. Por estado, Comte entiende la situación en la que en una determinada época histórica se halla el espíritu humano, caracterizándose cada uno de ellos por una forma de interpretar la naturaleza de las cosas y por una idea distinta de lo que es el saber. En su filosofía, Comte pretende desarrollar una reforma intelectual basada en el positivismo. Entendiéndose por positivismo como una interpretación de la realidad basada en la ciencia. En el texto, Comte niega la efectividad de los estados preliminares anteriores al positivismo. Considera " vagas y arbitrarias las explicaciones propias de la filosofía inicial, sea teológica, sea metafísica ". En el estado teológico, la naturaleza de las cosas consiste en causas últimas, ocultas y sobrenaturales, que se levantan sobre el poder de la imaginación. Por su parte, en el estado metafísico, la explicación de la naturaleza se basa en causas internas a las cosas mismas. La naturaleza de cada cosa encierra la capacidad de explicación. Comte viene a decirnos en este párrafo, que estos dos estados se podrían encontrar adecuados para "la infancia de la filosofía", para esos momentos históricos, en los cuales el hombre y la sociedad del momento no tenían necesidad de ir mas allá. Bien, esos "estados" no se adecuan a las necesidades reales de la sociedad industrial de mediados del siglo XIX. Defiende la teoría del "estado positivo" como último y definitivo estado, en el cual se rechazan las cuestiones teológicas y metafísica, por no tener una utilidad práctica para la sociedad industrial positivista, y en la cual al hombre no se pregunta por la naturaleza de las cosas, sino por como se dan los fenómenos y la ley a la que responden. Se trata pues de la técnica entendida como aplicación de la ciencia, y de como estos fenómenos pueden ser aprovechados para el mejor desarrollo de la sociedad industrial. En definitiva, Comte con su "ley de los tres estados" pretende demostrar como el estado positivo es el más adecuado a la naturaleza humana, considerando como el único saber válido el saber positivo o científico, y que este modo de saber ha de generalizarse y aplicarse a todos los ámbitos de la vida y de la sociedad, como la religión, la política, etc., conllevando con ello una reforma en el saber que provocará una reforma social.

HISTORIA DEL GRABADO


Breve historia de la obra gráfica

En el principio
En el principio, antes de la imprenta, la estampación de imágenes no se consideraba una de las bellas artes, sino un simple medio de comunicación. No fue hasta el siglo XVIII que las estampaciones se empezaban a considerarse arte, y no hasta el XIX que los artistas comenzaron a producir ediciones limitadas, firmar sus copias y autentificar esas copias con información de la tirada anotada en los márgenes. El grabado se remonta al hombre de las cuevas, ejecutado sobre piedras, huesos y las paredes de las cuevas. La duplicación de imágenes grabados data de hace unos 3.000 años cuando los Sumerios grabaron diseños sobre sellos cilíndricos de piedra. Los académicos creen que los chinos produjeron una forma primitiva de impresión hacía el siglo II a.c. Los japoneses hicieron las primeras impresiones auténticas, xilografías de exvotos budistas a mediados del siglo VIII.


La obra gráfica en Europa
La historia de las artes seriadas en Europa se remonta a primeros del siglo VI con las primeras impresiones sobre tejidos. La impresión sobre papel tuvo que esperar algo más, mientras que la tecnología del papel llegaba desde Oriente. El primero papel hecho en Europa fue él de Játiva, a mediados del siglo XII. Las primeras xilografías sobre papel fueron las barajas de cartas que se hacían en Alemania al principios del siglo XV. Sólo unos años antes aparecieron los primeros sellos y timbres reales en la corte de Enrique VIII en Inglaterra.

La impresión desde un grabado sobre metal se introdujo unas cuantas décadas después de la xilografía, y con resultados mucho más refinados. Restringido al principio a orfebres y armeros, pronto se convirtió en la forma preferida de reproducción seriada. El primer grabado fechado data de 1.446, "La Flagelación", y fue en Alemania en donde se desarrolló la técnica antes de pasar a Italia (Mantegna, Raimondi, Ghisi) y los Paises Bajos (Lucas van Leyden, Goltzius, Claesz, Matsys). Desde los fabricantes de barajas la técnica del grabado sobre metal pasó a los artistas donde alcanzó quizás su máxima expresión a manos de Durero en el siglo XVI. Este representó un hito en la historia del arte seriado y, puesto que viajó a Italia, su influencia se sintió allí de forma directa.



Los siglos XVII y XVIII
El siglo XVII vio el florecimiento de obra ornamental y del retrato por toda Europa, con Rubens y Van Dyck a la vanguardia en Flandes. Para entonces el gran parte del trabajo de intaglio fue grabado al ácido, puesto que los artistas contemporáneos consideraban que este fue un procedimiento más noble y menos comercial que el grabado directo. Italia fue un hervidero de actividad en este tiempo aunque, irónicamente, los principales grabadores fueron extranjeros: Jacques Callot y Claude Lorrain de Francia y el español José de la Ribera. La principal figura en los Países Bajos en este tiempo fue, sin duda, Rembrandt, quien dejo a la posterioridad un hito artístico, tanto en términos de cantidad como en calidad. Sus aproximadamente 300 planchas representan prácticamente todos los aspectos de la actividad humana.

El centro de gravedad de grabado pasó a Italia en el siglo XVIII, empezando por Tiepolo quien, se dice, ejerció una influencia importante sobre Goya. Luego vino Canaleto, el cronista de Venecia, y Piranesi, el más importante grabador de temas arquitectónicos de todos los tiempos, con unos 3.000 grabados sobre temas arquitectónicos. La tradición del grabado en Gran Bretaña data sólo de Hogarth en el XVIII, pero le siguieron rápidamente el satírico Rowlandson y luego Blake, la joya de la corona entre grabadores británicos. El contemporáneo de Blake en España era Francisco Goya, quien llevó los limites del grabado a nuevas alturas y profundidades.



El siglo XIX
El siglo XIX vio como el arte seriado seguía el mismo camino turbulento que el resto de las artes visuales. En Francia los artistas activos en este tiempo incluían a Ingres, Delacroix, la escuela de Barbizon (Daubigny, Theodore Rousseau y Jean-Baptiste-Camille Corot) y el satírico político, Honoré Daumier, quien ejecutó más de 4.000 litografías, sobre todo para ilustraciones de periódico. Entre los Impresionistas los más importantes en términos de arte seriado fueron Degas y Manet, este sobre todo en litografía. Aunque apenas hemos tocado aquí el tema del grabado japonés, hay que hacer mención especial del maestro de xilografía, Katsushika Hokusai, quien en la última mitad del siglo XVII y la primera del XVIII hizo unos 35.000 dibujos y grabados. Muchas de estas obras fueron reconocidas como obras maestras, y han ejercido una notable influencia en los artistas europeos y americanos. Los más importantes grabadores activos en la Inglaterra del XIX fueron un inglés, Francis Seymour Hayden, y un norteamericano, James McNeil Whistler. El otro americano notable de esta época fue James Audubon, aunque sus magníficas ilustraciones grabadas de pájaros tienen más importancia como ciencia natural que como arte.



Entra Picasso
El grabado, como el resto del mundo de las bellas artes, explotó en la primera mitad del siglo XX. Ante todo fue Pablo Picasso, el chico español de Málaga que hizo más de 1.000 obras sobre papel, incluidos grabados, aguafuertes, punta secas, xilografías, litografías y linóleos. Fue Picasso, casi por sí solo, quien devolvió el centro de gravedad del grabado a Francia. Luego vinieron Braque, Matisse, Rouault, Chagall, Joan Miró, Max Ernst, Jan Arp, Salvador Dalí y otros. En Alemania este fue el tiempo de los expresionistas, Emil Nolde, Max Beckmann (quien enseñó arte en los EE UU después de la II Guerra Mundial), George Grosz, Ernst Barlach, Erich Heckel, Oskar Kokoschka y otros.

A renglón seguido en Alemania se presentó la Bauhaus, donde artists como Paul Klee y Kandinsky hicieron trabajos fundamentales. En Inglaterra Henry Moore, además de trabajar en escultura, también creó una poderosa serie de litografías. Otro inglés, Graham Sutherland, también hizo trabajo notable, junto con Anthony Gross. En los EE UU del siglo XX la tradición de grabadores distinguidos incluya George Wesley Bellows en litografía, John Sloan y Reginald Marsh en aguafuerte y Milton Avery en punta seca. Pero quizas los más destacados sean Edward Hopper, con su trabajo altamente personal, y Ben Shahn, quien dominaba un amplio abanico de las técnicas seriales.



lunes, 9 de enero de 2012

GALERIA DE GABADO 1

LAS ARTES GRÁFICAS SON UN MEDIO DE COMUNICASIÓN Y UN ARTE. EXISTEN MULTIPLES TÉCNICAS QUE SE HAN DESARROLLADO EN DISTINTOS MOMENTOS DE LA HISTORIA. LOS QUE ESTÁN AQUÍ SON UNA PEQUEÑÍSIMA MUESTRA CON ALGUNOS ARTISTAS EXEPCIONALES, CLÁSICOS Y CONTEMPORANEOS.


ROY LICHTENBERG (SERIGRAFÍA)

ROBERT RAUSHENBERG (SERIGRAFÍA)


SALVADOR DALÍ (LITOGRAFIA)



KATSUYUKI HOKUSAI (XILOGRAFÍA)


 LEOPOLDO MENDEZ (XILOGRAFÍA)



ADOLFO MEXIAC (XILOGRAFÍA)

TALLER DE GRÁFICA POPULAR (XILOGRAFÍA)

REMBRANT (PUNTA SECA )



RATI SAKS (PUNTA SECA)

EKO (XILOGRAFÍA)

ROY LICHTENBERG (SERIGRAFÍA)